El libro “El teatro chileno en los campos de concentración” fue una investigación hecha por Alejandro Ramírez Pérez entre los años 2008 y 2009 y relata los acontecimiento acaecidos con el teatro popular y el teatro independiente durante la dictadura cívico – militar que se instauró en Chile entre 1973 y 1990, y cómo este lenguaje artístico sirvió de esperanza para presos políticos en momentos de reclusión, tortura y desapariciones de personas. 

Respecto de esta investigación el autor ha señalado:

Creo que se hace urgente que los actuales teatristas chilenos tomemos conciencia de dos aspectos básicos, el primero se refiere a recomponer ese puente que fue destruido durante la dictadura militar, ese puente que nos conecta con nuestra historia y tradición teatral y con los pilares que sentaron las bases de nuestro Teatro. Revitalizar aquellas figuras y volver a bien ponderarlas para que las nuevas generaciones de actores se reconozcan parte de ese tronco inmenso, sólido, arraigado; para que ellos sientan que son consecuencia de una historia. No basta con el Ramo de Historia del Teatro Chileno que disciplinadamente imparten sólo algunas escuelas de teatro, éste es sólo una parte. Para crear conciencia histórica hay que hacer un esfuerzo de vida ya que grande es el daño que se hizo a la cultura de nuestro país y mientras no trabajemos consagradamente en curar y sanar esas heridas todo fruto nacerá con deficiencias, lo que se refleja en el distanciamiento del público con el actual Teatro Chileno (Ramírez, 2009, pp. 125-126).

Lecturas del libro “El teatro chileno en los campos de concentración” por diversos profesionales del teatro y la cultura.

El actor chileno José “Pepe” Secall

José Ma. Irazú, actor argentino

Tere Aiello, actriz argentina

Leticia Urbina, profesora de periodismo de la Universidad Autónoma de México

Dentro de este teatro ideológico destaca por su particularidad el grupo El Aleph, nacido en forma alternativa al teatro universitario ya que sus integrantes pertenecen a otras disciplinas académicas (estudiantes de periodismo) y que movidos por promover su concepto de conciencia social y la lucha de clases fundan esta agrupación de carácter amateur, sin embargo su desarrollo y significación durante los años venideros marcarán una importante línea profesional. Según María de la Luz Hurtado se trata de un teatro “depuradamente didáctico” cuyos montajes constituyen una clase magistral de educación política, a partir de personajes comunes insertos en experiencias que resultan ejemplificadoras. A pesar de que sus integrantes provienen en su gran mayoría de la pequeña burguesía, realizan un teatro popular, directo, similar al Teatro Nuevo Popular de la CUT, pero con un mayor desarrollo estético en su lenguaje, forma y fondo. Se puede decir que es la mirada de los jóvenes progresistas de clase media de comienzos de los años ’70, con una marcada sátira hacia lo contingente y cargado de un humor irónico. Básicamente de creación colectiva, este grupo comienza a tomar fuerza y marca una vital presencia dentro de la amplia gama de estilos que se dieron en la época (Ramírez, 2009, p. 54).

Carolina Spencer, actriz chilena

Quique Mailier, actor argentino

Max Meriño, actor chileno

Bruna Faro, escritora chilena

Ahora con las universidades ocupadas por la dictadura, de manera solapada los militares en cargos académicos comenzaron a devastar todo lo que se había construido hasta ese momento. Bajo el nuevo concepto de “depuración ideológica” el Teatro universitario comenzaba su cuenta regresiva, toda esa tradición construida en las tres décadas anteriores llegaba tristemente a su fin (…) Hasta la fatídica fecha en donde se quiebra nuestra democracia, los teatros universitarios abarcaban un amplio segmento del territorio nacional, desde la ciudad de Antofagasta hasta Valdivia, pasando por Valparaíso y Concepción, sin embargo a poco andar estas ciudades fueron perdiendo sus representantes escénicos universitarios. Sólo el teatro de Antofagasta permaneció, pero fuertemente vigilado por las autoridades académicas. Lo mismo sucedió en Santiago. El Teknos de la Universidad Técnica duró un poco tiempo más, presentó hasta 1975 “Homo Chilensis” de Ma. Asunción Requena (…) En definitiva, los teatros universitarios de provincia dejan de existir y los tres que permanecen: Universidad de Antofagasta, y en Santiago la Universidad de Chile y la Universidad Católica deben enfrentar impensadas transformaciones reaccionarias e involutivas, que a veces rayan en la indignidad y la humillación. A partir de este momento ya no será lo mismo. Es el fin del teatro universitario y parece ser el fin del movimiento teatral a nivel nacional (…) Se suma a esta triste realidad la temprana pérdida de los fundadores del movimiento teatral universitario y también de quienes les sucedieron en las décadas siguientes. La prematura muerte de estos pilares de las artes escénicas vino a sellar definitivamente y para siempre, la tradición de un pasado fecundo y glorioso. Los decesos se fueron dando desde el mismo fatídico año de 1973, en el cual es asesinado Víctor Jara; al año siguiente fallece Pedro Orthous,  al siguiente Jorge Lillo. Pedro de la Barra, al que podríamos llamar el padre fundador del teatro universitario en Chile, fallece en 1977 en el exilio y dos años después Eugenio Dittborn. En 1986 muere Roberto Parada y en 1987 Agustín Siré. Podríamos señalar que ese instante específico es la ruptura bruta, total y concreta de nuestro presente teatral con esa bella y rica tradición, lo que deriva en una especie de  oscurantismo  que  nos  aísla  y desorienta respecto de nuestro pasado, constituyendo a las actuales generaciones de teatristas en hijos bastardos  al no conocer y entender a cabalidad cuál es nuestra raíz. Hemos caído en una especie de confuso océano turbulento, algo que es urgente de reparar, para sabernos y reconocernos como la consecuencia de un sólido tronco que permanece oculto, difuso, en  una  sombra impuesta artificialmente, un tronco del cual sólo percibimos su presencia, mas no entendiendo a cabalidad cuál es la concreta acción comunicante que nos mantiene ligados a él (Ramírez, 2009, pp. 67- 69).